Comer también puede ser divertido. Cursos, talleres y campamentos ya centran su actividad en ganar la guerra contra la obesidad infantil.
Las verduras les resultan poco apetecibles. Tardan tanto en desayunar que siempre hay que ir corriendo por las mañanas. No queda tiempo para cocinar y, menos aún, para batallar con ellos hasta lograr que terminen la comida. Así que vamos a lo sencillo. Comprensible, pero erróneo. Cada vez es mayor el número de niños españoles con sobrepeso y, aunque la alimentación es la principal causa, la falta de actividad física asciende puestos. Vaya, que aquello de jugar al escondite y correr para salvarse se ha perdido en pos de juegos más relajados, casi siempre basados en el uso de pantallas.
«Es cierto que los hábitos alimentarios se han modificado: empleo de más alimentos precocinados y manufacturados, menos recetas tradicionales, menos tiempo para comer... Pero también ha disminuido mucho la actividad física en los niños de estas edades», apunta el doctor José Manuel Moreno, Coordinador del Comité de Nutrición de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Una reducción en la quema de calorías que debería incidir en la cantidad de alimentos consumidos por los niños: cuanta más actividad, más nutrientes y viceversa.
En la nutrición infantil, como en la adulta, existen muchos falsos mitos que, aunque se van desacreditando, siguen preocupando a la hora de elaborar menús:«El pan engorda, igual que consumir piezas de fruta después de las comidas». Error. Aunque quizás el equívoco más grave pase por pensar que la obesidad de los más pequeños carece de importancia y se irá con el paso de los años. «Estas ideas hacen que no se preste atención a que un niño pequeño desarrolle sobrepeso y obesidad y se actúe desde ese momento», apunta el doctor Moreno. Además, lejos de solucionarse, en la adolescencia, el problema de la alimentación puede agravarse. Condicionados por las redes sociales, apoyados por ciertas páginas webs y llevados por la fuerza del grupo, muchos jóvenes intentan cambiar en cierto modo sus hábitos alimenticios.
A esa edad tienen cierta autonomía para comprar y los consejos de los padres se cuestionan en lugar de valorarlos. ¿Y entonces? Se trata de educarlos en la alimentación saludable desde que son pequeños. «El principal consejo es el ejemplo: que vean que sus padres y los demás miembros de la familia comen lo mismo -fruta, verdura, etc.-. También saber presentar los alimentos de una forma apetitosa: por ejemplo, que el plato principal tenga un tamaño más pequeño, pero se acompañe de una guarnición que varíe cada día; no presentar los platos colmados -es más útil poner la misma cantidad en un plato grande-; dejar tiempo suficiente para comer y hacer que coman en la mesa, sin distracciones -mejor que no sea delante de la televisión-», aconseja el Dr. Moreno. Ah, y aquello de utilizar la comida como premio o castigo, olvídenlo, comerse todas las acelgas no debe llevar implícito una recompensa con helado.
Pero a comer no sólo se aprende en casa. Fruto de la preocupación por el incremento de la obesidad infantil y de los trastornos alimentarios en la adolescencia, los padres quieren que sus hijos adopten hábitos de vida saludables que, tal vez por falta de tiempo, no pueden inculcarles en el hogar. Eso, unido al éxito de audiencia de programas como Masterchef Junior, ha supuesto un aumento sin precedentes en el número de escuelas que se especializan en el público más joven. Basta buscar las coordenadas «escuelas de cocina para niños» en internet para toparnos con más de un millón y medio de resultados. Cursos, talleres e incluso campamentos intentan enseñar a los niños que la alimentación y la cocina pueden ser divertidas.
Varias de estas escuelas y algunos psicólogos coinciden en que aprender a cocinar ayuda a los niños, además de a mejorar su hábitos alimentarios, a familiarizarse con texturas y sabores que generalmente les resultan poco atractivos. Para lograrlo les muestran cómo presentar los platos de una forma original y divertida (convirtiendo, por ejemplo, un simple tomate relleno en un pequeño monstruo), como si se tratara de un juego. O les enseñan combinaciones llamativas y sorprendentes que, al probarlas, acarician sus papilas gustativas.
De esta manera consiguen que los niños, aparte de disfrutar y pasar un rato entretenido, terminen perdiendo el miedo a probar platos diferentes. Además, la estimulación que reciben en la cocina les ayuda a desarrollar su imaginación y a amplificar sentidos como el olfato o el tacto. Y si encima le cogen el gusto y son ellos los que terminan preparando la comida de los sábados, mejor que mejor.
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